Windsor McCay, el lúdico sueño de la razón
No existe hilo que cosa a los artistas de los que escribo más que la filia y el profundo amor que tengo por sus obras. Y acá uno de los fundamentales no solo para mí, sino para la cultura visual de Occidente.
Windsor McCay es una bisagra fundamental del mundo gráfico tal como lo concebimos en Occidente aún hoy. Su tiempo fue el primer tercio del siglo XX. Dotado de un exacerbado virtuosismo que no tenía reparo alguno en demostrar, supo elevar las artes gráficas de los medios impresos de la época a niveles que nadie parecía creer posibles. Hizo avanzar años luz su disciplina y su dominio. Con ligereza y humor supo elevarse al género fantástico.
Little Nemo in Slumberland es un incunable. El relato de una página dominical de periódico (los de aquella época eran notablemente grandes, lo cual le concedía espacio para la minuciosidad) que cuenta las aventuras oníricas de un niño que sueña que viaja cada noche por el mundo de los sueños en busca de Morfeo, al que quiere conocer, es una premisa sencilla que fue siendo nutrida, domingo a domingo, página a página, de una cantidad tan desaforada de imaginación y maravilla que aún hoy resulta desconcertante. Su mundo es imposible de domesticar. Las películas y los cómics que han querido revisitar la historia han fracasado rotundamente. No puedes mejorar a Bach, no puedes mejorar a Leonardo… bueno, pues eso…
En el mundo de los sueños el imaginario circense es onminpresente. Como si el circo fuera el repositorio natural de todas las festivas fantasías posibles. Pero ese mundo se convierte en un pastiche de referencias en las que todo cabe, todo es posible. Sin saberlo, McCay jugaba al postmodernismo. A la profusa arquitectura que aparece en sus viñetas, imagen del épico crecimiento de las ciudades como corolario del dominio absoluto de la modernidad y la industrialización, McCay le devolvía su vulnerabilidad. En su mundo de sueños, esa apoteósica arquitectura podía sufrir la visita de juguetones dinosaurios, o podía deformarse, ablandarse, estirarse, ser bombardeada de animales o fuegos artificiales o lo que fuera posible o imposible de imaginar. El sueño de su razón producía payasos, no monstruos.
El pequeño y único, elegante, virtuoso detalle que nos revela que cada aventura ha sido un sueño es la última viñeta en la que cada domingo el niño se despertaba caído de la cama (cada domingo de un modo más estrafalario) con la consiguiente queja de los padres que se oye desde el fondo. Un relato sin realidad, el final es la interrupción abrupta que nos devuelve a la ingrata y vulgar real.
Ni menciono los hallazgos en el uso de los recursos gráficos de la narrativa del cómic para representar el mundo d sueños desde lo formal mismo, porque me agarraría la noche acá. Su belleza incontenible con ligeros coqueteos al art nouveau, a la gráfica circense y a un clasicismo al que voltea como un calcetín sí la menciono, la celebro, la amo, me emociona. Un tipo que nos enseñó que nada es demasiado sagrado.
Este hombre se atrevió con la animación. Gertie el Dinosaurio la venden como la primera animación, lo cual es falso. No es su culpa, los gringos se adjudican todos los méritos.
Walt Disney lo quiso en sus filas y se negó. No creo que encontrara allí una jaula que lo pudiera contener.